Dios se llueve a sí mismo
en los charcos del Misterio,
derrocha intactos espejos perfectos
sobre el rostro de todas las cosas.
Existe un reflejo que debe perderse,
para alcanzar el irisado remolino origen sin mancha.
Hilo azul que enlaza a la Unidad.
Lo sabio es no saber,
ser sólo audiencia... o paso;
pero este esqueleto de sueños
en mano que busca amparo
precisa sujetar siempre, y entonces, el aire ebrio que tanto lo asfixia.
Así rima el poeta entre los restos del pecio
soplando en los rastros de espuma que dejan los días,
así se incendian nuestras sombras aisladas
o toda perversión precipita al fracaso y la peste.
Es cierta la ingrávida senda que nos sostiene,
nube invencible, experiencia de aire,
alado Amor que desnuda el ensueño
para vestirle de lluvia… y Eternidad.
Apenas somos un siseo,
borrasca que tiembla o sonríe,
entre las hojas del Ser.
Y el alma se arrodilla ante este eco.